Las perlas, esas joyas preciosas y codiciadas, nacen del dolor. Se forman cuando una partícula extraña, como un grano de arena, entra en la ostra y provoca irritación. Como respuesta, la ostra segrega una sustancia que envuelve la partícula hasta transformarla en una hermosa perla. Lo que comenzó como una molestia termina convirtiéndose en algo de gran valor. De la misma manera, el dolor en nuestras vidas puede ser el catalizador para el crecimiento, la bendición y la transformación.
Jesús mismo experimentó el sufrimiento y nos enseñó a ver el dolor no como un castigo, sino como una oportunidad para la gloria de Dios. La Biblia nos recuerda que lo que parece tribulación momentánea produce en nosotros un "peso de gloria eterno" (2 Corintios 4:16-18). Y es que el dolor tiene muchas facetas. A veces nos previene de un mal mayor, como el dolor físico que nos alerta cuando algo no está bien en nuestro cuerpo. En nuestra vida espiritual, el sufrimiento también nos impulsa a reflexionar, a arrepentirnos y a cambiar de dirección. La tristeza que proviene de Dios nos lleva al arrepentimiento y, por lo tanto, a la salvación (2 Corintios 7:9-10). Así lo entendió el rey David cuando clamó: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva la firmeza de mi espíritu" (Salmo 51:10-13).
También, el dolor nos hace buscar refugio en Dios. Cuando enfrentamos dificultades, nos damos cuenta de nuestra fragilidad y es ahí cuando descubrimos que solo en Dios encontramos fortaleza y consuelo. Pablo decía: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Corintios 12:10). En nuestras angustias, cuando clamamos a Dios, Él nos escucha (Salmo 18:6) y nos promete renovar nuestras fuerzas, como lo declara Isaías 40:29-31: "Los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas". Nos damos cuenta de que no se trata de lo que podemos hacer por nuestra cuenta, sino de lo que Dios hace en nosotros y por nosotros.
El sufrimiento también nos otorga empatía. Solo quien ha experimentado una pérdida sabe cómo consolar a otro que está de luto. Solo quien ha superado una adicción entiende el proceso de alguien que lucha con ella. La Biblia nos dice que Dios nos consuela en nuestras tribulaciones para que, con ese mismo consuelo, podamos ayudar a otros (2 Corintios 1:3-4). Nuestras pruebas nos convierten en instrumentos de bendición para otros, y Hebreos 10:32-33 nos recuerda que las tribulaciones nos hacen compañeros de aquellos que también han sufrido. Nuestra experiencia dolorosa nos capacita para ser luz y apoyo a quienes atraviesan momentos difíciles.
A través del dolor también maduramos y desarrollamos paciencia. Romanos 5:3-4 dice que "la tribulación produce perseverancia, la perseverancia carácter probado, y el carácter probado esperanza". Aunque no nos gusta sufrir, muchas veces es en la dificultad donde más aprendemos y crecemos en nuestra relación con Dios. Eclesiastés 7:3 nos recuerda que "la tristeza del rostro mejora el corazón". Es en medio del proceso que Dios nos moldea, nos fortalece y nos ayuda a ver la vida con una nueva perspectiva.
Las bendiciones de Dios también se aprecian aún más después de una temporada de prueba. Jesús enseñó esto en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:14-21). Cuando el joven experimentó necesidad, valoró lo que había despreciado. El Salmo 103:1-5 nos anima a recordar los beneficios de Dios: Él perdona, sana, rescata y nos llena de misericordia. El sufrimiento nos enseña humildad, nos recuerda nuestra dependencia de Dios y nos ayuda a aprender Sus estatutos. Como dijo el salmista: "Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos" (Salmo 119:71). Jesús mismo comparó el sufrimiento con los dolores de parto: aunque son intensos, producen una alegría indescriptible (Juan 16:20-22).
El proceso duele, pero es necesario. Dios no nos permite atravesar el dolor sin propósito. Cada prueba nos transforma, nos acerca a Él y nos prepara para bendecir a otros. Si estás pasando por un tiempo difícil, recuerda que Dios está obrando, formando en ti una hermosa "perla" de valor eterno. Confía en Él, porque el dolor de hoy puede ser la bendición de mañana.
- Pst. Andrés Bonza