El hombre tiene temporadas en la vida donde ha sentido el deseo de venganza, y quiero que seamos honestos por un instante, a todos nosotros nos ha tocado la puerta. Cuando alguien nos hiere, nos traiciona o nos paga mal por bien, lo primero que brota en la carne es ese susurro que dice: “Devuélvesela. Hazle lo mismo. No te quedes atrás.” El problema es que la venganza nunca engrandece; siempre destruye. Dios no nos da la oportunidad de vengarnos porque sabe que la venganza nos ata al pasado y nos roba el futuro. Por eso Él nos abre un camino más alto: el de perdonar, bendecir y ser leales.
La Escritura es clara: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). La justicia no nos corresponde a nosotros, sino a Dios. Caín se levantó en venganza contra su hermano Abel y quedó marcado por maldición. Esaú quiso vengarse de Jacob y terminó lejos de la bendición. Saúl consumió su vida entera persiguiendo a David, mientras David tuvo en sus manos la oportunidad de devolver el golpe en la cueva… pero eligió no hacerlo. Esa es la diferencia entre un corazón carnal y un corazón conforme al de Dios.
El perdón, en cambio, cambia todo el panorama. José, vendido y traicionado por sus propios hermanos, los miró años después a los ojos y en lugar de cobrar venganza les dijo: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20). Lo que para otros era el recuerdo de una traición, para él era la plataforma de un plan divino. Jesús mismo, colgado en la cruz, con el dolor atravesando su cuerpo, oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). El perdón no borra lo que pasó, pero te libera para lo que viene.
Más aún, Dios nos da la oportunidad de bendecir. No basta con soltar el rencor, hay que sembrar palabras de vida. Jesús lo dijo con claridad: “Bendecid a los que os maldicen” (Mateo 5:44). Esteban, mientras las piedras lo golpeaban, clamó: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60). Ese clamor no cayó en tierra; allí estaba un joven llamado Saulo que más tarde sería el apóstol Pablo. La bendición soltada en un momento de injusticia abrió la puerta a la salvación de multitudes. Cuando bendecimos en lugar de maldecir, rompemos las cadenas del mal y dejamos que Dios se glorifique.
Y en este camino también aparece la lealtad. David no solo perdonó a Saúl, sino que eligió ser leal a la unción que estaba sobre él. Rut, en medio de la pérdida, eligió ser leal a Noemí y esa decisión la llevó a formar parte de la genealogía de Cristo. Jesús mismo mostró lealtad a sus discípulos, amándolos hasta el fin, incluso cuando sabía que algunos lo negarían. La lealtad es rara en estos tiempos, pero cuando decidimos ser fieles a Dios y a las personas que Él puso en nuestro camino, reflejamos el carácter de Cristo de una manera poderosa.
La Biblia nos invita a vivir con otra lógica: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21). La verdadera victoria no está en devolver el golpe, sino en responder con el carácter de Jesús. No en vivir presos del rencor, sino en caminar libres en el perdón. No en maldecir a quien nos hiere, sino en bendecirlo con palabras de vida. No en traicionar cuando tenemos razones para hacerlo, sino en ser leales aun en tiempos de dificultad.
Quizás hoy cargas con una herida abierta. Tal vez alguien te falló, te traicionó o te dejó marcado con un recuerdo doloroso. La carne te dirá: “Véngate”, pero el Espíritu Santo te recuerda: “Esta es tu oportunidad”. No para vengarte, sino para perdonar. No para maldecir, sino para bendecir. No para traicionar, sino para ser leal. Esa es la oportunidad que viene de Dios, y cuando decides tomarla, su gloria descansa sobre tu vida.
- Pst. Andrés Bonza