Los momentos difíciles en la vida no solo nos desafían, sino que también nos llevan a conocer más profundamente a Dios. Es en medio de la prueba donde entendemos que Él es real, que está a nuestro lado y que nunca nos dejará. La fe no se demuestra cuando todo va bien, sino cuando el arroyo se seca y, aun así, decidimos confiar y obedecer.
En 1 Reyes 17:1-7, vemos a Dios enviando a Elías al arroyo de Querit, un lugar donde recibiría provisión sobrenatural. Elías bebía del arroyo, y cada día los cuervos le traían pan y carne. Sin embargo, llegó el momento en que el arroyo se secó. ¿Significaba esto que Dios lo había abandonado? ¿Era una señal de que había pecado? No. Dios tenía un nuevo propósito para él, y esta prueba era una oportunidad para fortalecer su fe.
Cuando los "arroyos" de nuestra vida se secan—cuando los recursos desaparecen, cuando las puertas se cierran, cuando las pruebas llegan—Dios nos está llamando a depender más de Él y menos de nuestras propias seguridades. La provisión puede cambiar, pero Dios sigue siendo el mismo. Nuestra confianza no debe estar en lo que tenemos, sino en quién nos sostiene.
Muchos empiezan su caminar con Dios con entusiasmo, pero cuando llegan las dificultades, se apartan. Sin embargo, la fe genuina se prueba en la adversidad. No debemos ser cristianos de tiempos buenos, sino creyentes que permanecen fieles incluso cuando el arroyo se seca. Job lo expresó con claridad: "¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?" (Job 2:10).
Elías no puso su fe en el arroyo, sino en el Dios que provee. Cuando el arroyo se secó, Dios ya tenía un nuevo camino preparado para él. Y lo mismo ocurre con nosotros: si una puerta se cierra, es porque Dios abrirá otra mejor. Lo importante es mantenernos fieles, confiados y obedientes.
¿Qué harás tú cuando el arroyo se seque?
- Pst. Andrés Bonza.