Cuando escuchamos una canción como “Cómo no voy a creer” entendemos que no es simplemente poesía ni melodía. Es un testimonio en forma de canto. No habla de rumores ni de lo que alguien más experimentó, sino que afirma con convicción: “Yo lo he visto, yo lo viví, yo soy evidencia”. Y ahí está el corazón de nuestra fe: no vivimos de teorías prestadas, sino de lo que hemos experimentado con Dios.
“Yo he visto tu fidelidad en mí”, dice la canción. Esa frase encierra un mundo entero. Hablar de la fidelidad de Dios no es una idea abstracta; es una marca en la vida de todo creyente. La Biblia repite una y otra vez que Él es fiel y verdadero, pero lo más impactante es cuando lo comprobamos en carne propia. José lo vivió cuando, después de traiciones, esclavitud y cárcel, pudo decir: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20). Así es Su fidelidad: convierte lo que parecía destrucción en propósito. ¿Cómo no voy a creer si cada valle oscuro que atravesé fue iluminado por Su mano?
También hay algo profundo en esas palabras: “He visto cosas que no comprendí; hay belleza en lo que no puedo entender”. La fe no elimina las preguntas, pero nos da paz en medio del misterio. Job lo dijo en medio de su sufrimiento: “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19:25). Y Jesús aseguró a sus discípulos: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13:7). No hace falta tener todas las respuestas para seguir confiando. La fe florece precisamente en lo que no entendemos.
La canción también dice: “Con mis manos yo no puedo revivir, pero en tu nombre hay resurrección aquí”. Esa es la esencia de creer en Cristo. Nosotros tenemos límites, pero Dios no los conoce. Jeremías escuchó al Señor decir: “¿Habrá algo que sea difícil para mí?” (Jeremías 32:27). Cuando Marta pensaba que todo estaba perdido y Lázaro ya llevaba cuatro días en la tumba, Jesús declaró: “Lázaro, ven fuera” (Juan 11:43). Y lo imposible ocurrió. Yo me pregunto, ¿cómo no voy a creer si una y otra vez he visto al Señor levantar lo que estaba muerto?
El apóstol Juan lo resumió de forma sencilla: “Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida, eso anunciamos” (1 Juan 1:1). El evangelio no se trata de teorías, sino de testigos. Y yo soy uno de ellos. He visto cuerpos ser sanados, matrimonios reconciliados, jóvenes transformados y cadenas romperse. He visto lo que parecía imposible volverse una historia de esperanza. Y si lo he visto con mis propios ojos, ¿cómo alguien podría convencerme de que no es real?
La canción continúa diciendo: “Se oye un gran avivamiento y un estallar de salvación”. Y eso conecta con la promesa bíblica. Joel anunció que el Espíritu sería derramado sobre toda carne, y Habacuc declaró que la tierra se llenaría del conocimiento de la gloria de Dios. El avivamiento no es un rumor lejano, es un río que ya empezó a correr. Lo vimos en Hechos 2, cuando el fuego del Espíritu descendió sobre los apóstoles, y de ahí se extendió hasta lo último de la tierra. Hoy ese mismo fuego sigue encendiendo corazones en nuestras naciones.
Y cuando miro mi vida solo puedo decir: “Soy un testimonio de tu gran poder”. Pablo lo expresó así: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17). Nadie puede negar lo que Dios ha hecho en mí, porque mi propia vida lo grita. No soy el mismo, fui transformado, restaurado y levantado por Su mano.
Entonces, la pregunta ya no es si Dios puede. La pregunta es si vamos a creer. Jesús le dijo a Marta en medio del duelo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11:40). Y esa misma palabra sigue vigente. Si lo viste obrar una vez, lo volverás a ver. Si abrió una puerta antes, abrirá otra. Si levantó lo caído, lo hará de nuevo.
Por eso yo me uno a la declaración de esta canción y de mi propia historia: no me digas que Él no puede, porque yo sé que Él puede. ¿Cómo no voy a creer?
- Pst. Andrés Bonza